¿A qué te suena ponerse la del Puebla, darle una aceitadita, incluye una módica comisión o cómo nos arreglamos jefe? Sí, suena a soborno, a corrupción, a mordida… suena a cochupo.
Cómo se escucharía en tu hija de seis años la siguiente conversación con sus amiguitos en el patio de la escuela: “Mi papá tiene un trabajo en que gana poquito aunque trabaja mucho, pero con las mordidas que le dan en su trabajo nos fuimos de vacaciones a Veracruz. Y el año próximo me va a llevar a Cancún”. O cómo se escucharía en un chico de 16 que le platica orgulloso a sus primos: “Compramos nuestra camioneta nueva con la dádiva que le dieron a mi mamá por que le aprobara a un proveedor la compra de las compus para su empresa. Mi mamá es muuuy abusada porque en el precio le incluyen su comisión y se pusieron con ella la del Puebla.”
Los mexicanos hemos crecido entre dichos que nos han enseñado a “verle el lado amable” a las cosas. Con una tradición oral que nos educa para que las “cuentas sean claras y las amistades largas”, pero por otro lado presume que el que “no transa, no avanza”.
Desde Miguel de la Madrid, que yo recuerdo en los 80 y su renovación moral, hasta inicios de este siglo con la frase de “di no a la mordida” ya pasaron como 20 años; el tema no es nuevo. Desde Grecia la corrupción ya era un tema hasta legislado. Hoy “ya sabes quien” ha enarbolado la misma bandera, pero ahora con ajento tabajqueño y sin una estrategia clara. Mucho menos con resultados. “Hágase la voluntad de Dios pero en las mulas de mi compadre”, le quedaría hoy “como anillo al dedo”.
¿Se debe trabajar en eliminar la corrupción?
Por supuesto. ¿Estamos cansados, fastidiados, hartos de ella? efectivamente. No sólo en el gobierno, en cualquier parte. El índice de percepción de corrupción clasifica a 180 países y territorios según los niveles percibidos de corrupción en el sector público. México tuvo en 2019, 29 de 100 puntos posibles, lugar 130 de los 180 evaluados. En el hoyo. Quisiera ver la cara de cualquier papá o mamá que recibiera las calificaciones de su hijo con un 2.9 de 10.
Ayer escuchaba a un empresario inmobiliario quejarse de que los moches en cierto municipio “subían como la inflación… cada año”, y a otro poblano expresar que extrañaba los tiempos del Gober Precioso porque sólo le cobraban el 13%. “Estábamos mejor cuando estábamos peor”. Pero también decía mi abuela: “para que haya café con leche, se necesita café y se necesita leche”. No hay corrupción sin dos partes interesadas en “aceitar el trámite”. Los mejores cómplices de la corrupción son la indiferencia y la tolerancia.
Creemos que esto sólo pasa en México pero un estudio de la Universidad de Washington, señala: “Los europeos que creían que la corrupción era un fenómeno más habitual en Estados Unidos, han tenido que reconsiderar su visión del mundo. Las élites políticas de Alemania, que solían creer que la característica entereza de sus funcionarios los inmunizaba contra la vulgar corrupción, han visto cómo muchos funcionarios de gobiernos locales, y directivos de empresas de primer rango, eran sometidos a minuciosas investigaciones por sobornos continuos y generalizados”. “En todos lados se cuecen habas”, “mal de muchos, consuelo de tontos”.
Dicen quienes se dedican a los temas de energía metafísica, que la mayoría de las personas pensamos en lo que NO queremos. Y que la única razón por lo que no obtienes lo que quieres es porque piensas más en lo que no quieres que en lo que sí quieres. 120 millones pensamos en este país de lo que NO queremos, corrupción. Te quejas, y el mundo trae más situaciones para que puedas seguir quejándote. Aquello en lo que piensas es lo que atraes. Y que atraemos, más corrupción.
El enfoque debería de ser entonces centrarnos en lo que queremos: transparencia, rendición de cuentas, valores, ética. La pregunta es ¿realmente vale la pena ser derecho en la vida, en los negocios, en nuestra conducta? ¿Reditúa en el largo plazo la honradez, la honestidad, la honorabilidad en las relaciones? O eres de los que opina que “el que no transa no avanza”. Porque nuestro lenguaje coloquial no deja un resquicio muy grande para tomarlo en serio, ¿no dicen por ahí que “la corrupción en México es el deporte nacional”? Lo mismo con la mordida que el chofer del camión da en la autopista porque lleva exceso de carga; que la lana que le pasas al de la aduana para que clasifique el producto en otra fracción arancelaria, o el moche que le entregas al funcionario para que apruebe tu cotización y descarte las demás con cualquier tecnicismo.
¿Vale la pena la transparencia, ser derechos, o sólo nos hace quedar bien?
¿Queremos rendición de cuentas, no sólo en el gobierno sino en nuestra vida o sólo es pose? Claro que vas a decir que sí, pero a la hora de la verdad, en el momento en que nos enfrentamos a “compensar” a un funcionario, a “comprar” a un abogado, a “robarnos” un examen o a “incentivar” al comprador de alguna empresa, nos retorcemos como lombrices con sal. ¿Quién no se ha caído con un “entre” para el agente de tránsito? Discúlpenme los agentes de tránsito honestos y las personas que no lo han hecho, pero es el trámite que reporta Transparencia Mexicana como el más corrupto entre los más corruptos.
El entorno mundial presenta nuevos retos, uno de ellos es precisamente la importancia en el establecimiento de parámetros claros y transparentes dentro de las organizaciones, que permitan la convergencia entre los resultados económicos y sus valores. La ética como prioridad en la dirección de empresas y gobiernos es no sólo una estrategia de negocio o un slogan para ganar votos, sino también un compromiso real y congruente entre la empresa y sus trabajadores, entre la persona y sus pares, entre el gobierno y sus ciudadanos.
El negocio de la ética paga bien. Empresarios como David Packard, de HP; Masaru Ibuka, de Sony; grandes personajes como Gandhi en la India; Benito – no Mussolini – sino Juárez en nuestro país, comprendieron que es más importante saber quién se es, que incluso a dónde se va. Los líderes fallecen, los productos se vuelven obsoletos, los mercados cambian, surgen partidos políticos nuevos y las modas van y vienen, pero la ideología fundamental de cualquier organización con sustento en valores éticos resiste como una fuente de orientación e inspiración por siempre. Nadie dijo que fuera fácil. “Las palabras convencen pero el ejemplo arrastra”, decía mi padre… para bien o para mal.
La mejor forma de que nuestras organizaciones terminen con la corrupción es fomentar una cultura de la transparencia y rendición de cuentas. En los gobiernos que los ciudadanos sepamos cuánto dinero tenemos y en qué se gasta. En nuestras empresas poniendo en marcha las mejores prácticas cómo la Certificación ISO 37001 de Sistemas de Gestión Antisoborno, donde todos participan para prevenir, y donde hay un tercer actor independiente que vigila. Nos conviene a todos. Recuerda que “el buen juez por su casa empieza”.